En plena Sierra de Gata, en el norte de Extremadura, Nazaret Martín Crespo se enfrenta cada día a los retos del pastoreo en una tierra donde el lobo aún acecha. Con la serenidad de quien conoce bien el medio y la contundencia de quien está harta de juicios ajenos, esta joven ganadera ha querido explicar en un vídeo viral por qué sus perros llevan carlancas: los gruesos collares de hierro con púas diseñados para evitar que los cánidos salvajes les destrocen el cuello.
Lejos de cualquier intención de crueldad, su mensaje apela al sentido común y a la defensa del instinto de supervivencia. «Estas son las carlancas de Kongo que se le han roto y se le están saliendo los tornillos», comenta mostrando el collar deteriorado. Lo va a reparar con hilo de empacar para reforzarlo. Su tono no es agresivo, pero sí directo y sin complejos.
«Claro que se hacen daño, y también con los colmillos»
En el vídeo, Nazaret responde a quienes la tachan de salvaje o cruel por poner estos collares a sus perros. «La gente dice qué crueldad, qué salvajismo ponerle carlancas a los mastines. Hay gente que cree que le hacen daño, pero no le hacen daño. Si a un perro mío le hiciera daño este collar yo no se lo pondría», explica con claridad.
Pero también lanza un mensaje a quienes defienden más al lobo que al ganado o los perros que lo custodian: «La otra versión es que esto le hace daño a los animales que atacan y que pobrecitos los animales que van a atacar a mi perro que se hacen daño». Y remata con una frase que corta como las púas del collar: «Claro que se hacen daño, y también se hacen daño con los colmillos que tiene Kongo cuando le tira el bocado, lógicamente».
Un alegato en defensa de la naturaleza real
La joven pastora, acostumbrada a lidiar con los peligros del campo, lanza una reflexión final sobre la desconexión de gran parte de la sociedad con el entorno natural. «Esa gente que dice que es una crueldad para el lobo que va a atacar y se pincha con las carlancas… ¿Vosotros no os protegeríais si os viene a atacar un lobo?», se pregunta.
Y concluye con una crítica al adormecimiento urbano: «Estamos perdiendo el instinto primitivo. Mucha gente no tiene el instinto de supervivencia. Estamos perdiendo los instintos naturales».
Un discurso que conecta con miles de personas que aún comprenden lo que significa vivir, y sobrevivir, en la naturaleza.